Blanca paloma, rosa de los vientos, Atalaya religiosa… ermita de Santa Ana

La pandemia ha impedido este año la tradicional celebración de las fiestas de santa Ana, máxima  expresión popular de la devoción a esta virgen

TEXTO y FOTOS: PEDRO LEAL

Es martes y, como es tradición desde hace años, las puertas de la Ermita de San Ana, el templo con la mirada más amplia y profunda de Chiclana, se abren de par en par para recibir a numerosos fieles. Devotos que, haga frío o el calor asfixiante de estos días, no dudan en ascender a la cima del cerro para, con el sentimiento de siempre, reencontrarse con la guardiana y el consuelo de sus desvelos, la virgen de Santa Ana, obra del escultor Domenico Giscardi. 

Ascensión que, como reza en la inscripción que preside el cerro, les  conduce a la “Colina de Santa Ana, Molino, Fortín, Ermita y antigua atalaya desde la que se alertaba al pueblo de Chiclana de los ataques vikingos y moriscos. Rompiente del Levante y del Poniente, Blanca Paloma para los barcos de la mar, Rosa de los Vientos” y que,en estos días de pandemia y suspensión de las tradicionales fiestas tiene un significado muy especial. 

Humilde, de extrema blancura y marcado estilo neoclásico, la Ermita de Santa Ana es obra del arquitecto Torcuato Cayón de la Vega (1772 y 1774)y desde sus inicios ha tenido un marcado carácter religioso, pero también social, ya que pronto se convirtió en lugar de encuentro y ocio para numerosas familias chiclaneras, así como de otras localidades vecinas, caso de Medina Sidonia.

En el siglo XIX, llegado este tiempo, numerosas familias se reunían en su entorno para disfrutar de las célebres meriendas

Célebres fueron en el siglo XIX sus tradicionales meriendas de verano, jornadas festivas y religiosas que se convirtieron en tradición.
Testigo destacado de episodios históricos para la ciudad y la provincia de Cádiz como la Guerra de la Independencia, entre sus encantos destaca su privilegiada ubicación, desde la que se  disfruta de las mejores vistas de la Bahía de Cádiz y de la propia localidad. 

Un paisaje espectacular en el que se alternan el azul de las aguas de la Bahía de Cádiz,  el blanco de las salinas, el verde de pinares y viñedos y el marrón de los esteros.

Y es que pocos placeres son igualables al de asormarse a esta privllegiada atalaya natural y dejar volar la imaginación por los innumerables encantos de un territorio que, aún hoy, se antoja único.