Cogiendo la parpuja

TEXTO: JOSÉ DE MIER // FOTO: PEDRO LEAL

Me da la impresión de que las nuevas generaciones, incluso los más jóvenes de hoy, cuando oigan el término “parpuja” lo vinculen mas a un festival flamenco que existió en Chiclana, que a unos pececitos que se pescaban en la playa de La Barrosa.

Ya cuando vamos a la playa no se pueden contemplar aquellas barcas dormidas en la arena seca, a su alrededor siempre estaban unos grandes tacos de madera, necesarios para conducir la jábega al mar o vararla en la tierra.

Tampoco volveremos a contemplar al atardecer como se echaban a la mar pescadores y barcas, para intentar capturar la sabrosa, pero pequeña “parpujita”.

Se dejó de pescar, más o menos, concluyendo el pasado siglo, se acabó de practicar este tipo de pesquería que utilizaba un antiguo y tradicional arte de pesca, que tomaba el nombre de jábega, como el de la embarcación.
Los últimos años, la pesca, parecía más un espectáculo turístico-folclórico, para deleite de los veraneantes y turistas que un sistema artesanal de pesca para que algunas familias subsistieran.

Ya atardecía, en un día que no había sido bueno para la pesca, se habían divisado algunos bancos de peces, pero demasiado lejos de la playa para poder engancharlos con el copo. Se echaron dos lances, pero de nada sirvieron, los pescadores se irían para casa como vinieron, sin nada, pero más cansados y ocho o diez horas después.

Pedro, con el objetivo mirando hacia levante, con una marea terminando de bajar y tenue luz, quiso llevarse, en la “Canon” las últimas tareas de un día de pesca.

Una vez sacado el copo a tierra y recogido con mucho cuidado, tan solo quedaba izar la barca hasta dejarla en tierra seca, fuera de la influencia de las próximas mareas.

Los remos se los llevarían más para arriba y los guardarían con el arte, no fuera que algún gracioso les hiciera alguna trastada.

Su captura coincidía con la del atún rojo y se prolongaba todo el verano

La temporada de pesca de la parpuja comenzaba en las mismas fechas que las del atún, finales de abril y se prolongaba, con más o menos fortuna, durante todo el verano. Componía la pesquería una mezcla de pequeñas sardinitas, con algunos boquerones y pejerreyes todos chiquititos, en ocasiones se sacaban unas sardinitas medianas, a las que llamaban popularmente “sardinitas de media playa”.

Se solían comer en la misma playa quitándoles con esmero y cuidado la tripilla y formando pequeños grupitos unidos por la cola, se harinaban y a la sartén, en el que ya se encontraba caliente el aceite de oliva.
Se comían enteros, ayudados con un poco de pimiento asado, resultando un manjar exquisito, el plato más típico, preciado y delicioso de los antiguos veranos chiclaneros.