En el centro de la ciudad, el Mercado de Abastos es el lugar ideal, obligado, para descubrir a qué saben los campos, viñas, huertas, esteros, salinas y mar de un territorio que también se disfruta con el paladar
Por mucho que avance la vida a velocidad de vértigo, se incorporen a nuestra rutina las nuevas tecnologías y el comercio se invente y reinvente para ofrecernos los mejores productos y servicios, existen lugares que permanecen inalterables en el tiempo, cuya alma y filosofía hunden sus raíces en el origen de los pueblos y cuya magia no se apaga.
Me refiero a los mercados y, muy en particular, al Mercado de Abastos de Chiclana, ese pequeño rincón que se antoja el corazón de una ciudad que para entenderla, comprenderla y, lo más importante, disfrutarla, hay que saborearla.
Porque, lo queramos o no, es aquí, en este espacio, heredero de aquel otro que dio nombre a la calle La Plaza, donde laten con fuerza todos esos sabores, aromas, colores y texturas que dibujan la excelencia de nuestro territorio, de sus campos, huertas, esteros y, muy en especial, de ese mar que para nosotros, los chiclaneros, nace en la desembocadura del Caño de Sancti Petri.
Pocas experiencias son equiparables a la de descubrir desde bien temprano las delicatessen que llevan el nombre de Chiclana
Espacio de producto que te invita a conquistarlo desde muy temprano, apenas horas después de que agricultores, ganaderos y pescadores hayan puesto en manos de los mayoristas lo mejor de su cosechas, capturas y ganado.
Tomar un buen café y unos churros a primera hora de la mañana y dejarse llevar por ese río de tomates, patatas, cebollas, melones, lenguados, cigalas, atunes, gambas, calamares, especias, chicharrones, butifarras, manteca colorá, chuletones de retinto, camarones… que da vida a sus pasillos y puestos es una de las grandes experiencias que ofrece Chiclana.