Tiempos de añoranza y esperanza

En estos días, al paso de los atunes rojos por el litoral gaditano, Sancti Petri y sus aguas recuerdan un pasado que, de la mano del Consorcio Nacional, les embarcó en la que ha sido la mayor aventura almadrabera de todos los  tiempos

Hace casi cincuenta años que la palabra almadraba (de origen árabe y significado, ‘lugar en que se lucha’) dejó de escribirse, de tener significado en las aguas y calles  del poblado de Sancti Petri. Lo que parecía casi un imposible, ocurrió de repente, sin previo aviso, parando, en aquel enero de 1973, el latido almadrabero de uno de los enclaves más mágicos y emocionales de cuantos salpican la costa chiclanera, andaluza y española.

Como toda tragedia, sucedió de un día para otro, provocando que los acompasados cánticos de los almadraberos; el agitado ir y venir de las carretas cargadas de enormes atunes rojos; el alegre  murmullo de las mujeres en la conservera y las  carreras de esos niños, no pocos, ‘amamantados’ entre las sombras de los gigantes de plata dieran paso  al silencio.

Un silencio que supuso el punto y final del Consorcio Nacional Almadrabero y que, aún hoy y más en estas fechas, resuena con fuerza en el poblado y Chiclana, jalonado  por el inicio de las ‘levantá’ en los copos de las artes de Conil de la Frontera, Barbate, Zahara de los Atunes y Tarifa.

Y es que, aunque sean otras las almadrabas que hoy escriben la historia de este arte y producto exquisito, fue aquí, en Sancti Petri, donde la almadraba vivió su época de mayor esplendor, esa que dio vida al único poblado con ADN cien por cien almadrabero.

Una historia, con antecedentes como el de aquella almadraba de Hércules que en 1474 impulsó Ponce de León, cuyos relatos sociales, económicos y, sobre todo, sentimentales más intensos se ‘narraron’ de la mano de la que fue la mayor aventura de la historia en torno al atún rojo de almadraba, la del Consorcio Nacional Almadrabero.

Basta con decir que el poblado de Sancti Petri adquirió tal relevancia que, en 1942, fue declarado pedanía chiclanera, siendo su regidor Rafael Rupoldo Rivera.

Se llegaron a capturar más de 460.000 atunes, con piezas de hasta 624 kilos

La actvidad, al contrario de lo que ocurre ahora, no se circunscribía al agitado periodo que iba de marzo a agosto, coincidiendo con la llegada (almadraba de derecho) y la partida (de revés) de los atunes rojo, sino que se extendía a lo largo del año. 

Carpinteros, rederos y el personal de almacenamiento y facturación del consorcio, entre otros, trabajaban todo el año, haciendo que, en su momento más álgido, el poblado llegara a contar con una población fija de 600 personas.

La revelancia que adquirió se reflejaba también en su trama urbana, que desde el inicio de su construcción (1940) no dejó de crecer, llegando a contar con dos colegios, la iglesia y un economato.

Una población estable, que en la época de capturas, con tres turnos de trabajo y la conservera a pleno rendimiento, se multiplicaba tanto en tierra como en el mar. Portugueses, onubenses y gaditanos llegaban para reforzar a una plantilla que se entregaba en cuerpo y alma a la captura y manufactura del atún rojo. 

Tiempos en los que  el muelle pasó de ser de madera a hormigón; en los que, entre 1937 y 1962, se capturaron 460.000 atunes; en los que se realizaron ‘levantá’ (hoy impensables) de más de 300 ejemplares, con piezas de hasta 624 kilos, y, sobre todo, en los que Sancti Petri se convirtió en el gran templo, en el paraíso de un sector, el almadrabero, que aún hoy mantiene vivo el sueño de volver a unas aguas y a un poblado que aún escuchan los susurros de los gigantes de plata. 

FOTO: PEDRO LEAL

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