Puertas al campo

TEXTO: JOSÉ DE MIER - FOTO: PEDRO LEAL

A pesar de la frase coloquial y muy extendida sobre la imposibilidad de poner puertas al campo, es una realidad que las grandes y sobre todo las más pequeñas fincas, intentan definir su propiedad mediante una muy visible y normalmente vistosa puerta de entrada. 

Los propietarios de grandes fincas de tierras que existieron en Chiclana  durante el siglo XIX, solían construir glamurosas portadas que más que para impedir o facilitar la entrada, se edificaban como un signo de ostentación, de reafirmación de la propiedad y una declaración sobre la importante categoría social de su propietario. Todas llevaban incorporado  el nombre de la finca o pago e incluso alguna alusión al dueño.

Pedro Leal, nos muestra una de las últimas “grandes puertas” que ha existido en los campos de Chiclana, en la bella fotografía se manifiesta sola y aislada la gran portada centenaria. Hoy parece más bien los restos de un anuncio publicitario aledaño a la carretera, que la preciosa entrada a una extensa finca sembrada de vides. A pesar de su abandono, al atardecer, los rayos del sol consiguen  hacerla resplandecer  y le realzan los refinados elementos constructivos que atesoran su construcción, aunque ya ajados por el tiempo su indudable valía nos invita a pensar en el exquisito estilo y buen gusto de quien la diseñó y los buenos albañiles que la realizaron.

Detrás de la puerta, la viña. Dicen que esa fue la viña de “Paquiro”, el gran maestro universal del toreo, el chiclanero Francisco Montes Reina y  por ello tal vez él fuera el diseñador de esa gran puerta, que le haría recordar las muchas tardes en que salió orgulloso por aquellas otras de las mejores plazas españolas. 

Durante muchos años del siglo XIX, grandes propiedades de tierra solían tener vistosas portadas que, lejos de impedir la entrada, eran destacados elementos de ostentación.

JOSÉ DE MIER

Paquiro nació en 1805 y debutó en Madrid  como matador de toros en 1831, estuvo como primera figura del toreo hasta su retirada en 1847, ya mermadas un tanto sus cualidades físicas.

Invirtió todo el capital, acumulado durante tantos años de torero, en viñas y en el negocio del vino. No le acompañó la suerte, o no supo asesorarse, en el complicado mundo del vino y los resultados empresariales fueron desastrosos, dejando su economía muy mermada, por esta razón, por la ruina económica, se vio obligado a volver a los ruedos en la plaza de Madrid en 1850, pero ya era un maestro falto de recursos y demasiado expuesto a las astas de los toros. En julio de 1850, recibió una gravísima cornada de la que ya no pudo restablecerse, muriendo en ésta su ciudad natal el 4 de abril de 1851, de unas fiebres muy altas, cuando contaba cuarenta y seis años.

Podemos deducir con lógica que a Paquiro más que los miles de toros que había estoqueado, lo mató la viña y el vino

Hoy aquellas viñas ya han desaparecido, los negocios de la viña y del vino siguen siendo malos negocios y el paisanaje ha ido sustituyendo la delicia de copear con los caldos de la uva por trasegar ingentes cantidades de cerveza. Se ha propiciado y amparado el arranque de las viñas con lo que el paisaje ha cambiado radicalmente, ha ido perdiendo su color verde y hoy son los cortos y repartidos trozos azules de pequeñas piscinas entre vallas de pequeñas parcelas y chalecitos, lo que se encuentra detrás de aquella digna y elegante puerta. Tristemente se puede deducir y asegurar que hoy existen demasiadas puertas al campo.